6 de abril de 2011

FUKUSHIMA Y EL TERROR NUCLEAR




 Como sucede cada vez que aparece un incidente, la sociedad vuelve a plantearse si vale la pena correr el riesgo de utilizar esa fuente energética o sería mejor prescindir de ella. Ocurrió en el 2010 con el vertido de petróleo de BP en el gólfo de México (el mayor de la historia) y esta ocurriendo ahora tras el acidente nuclear de Fukshima. Este debate no es nuevo, ya sucedió otros similares tras los desastres de Three Mile Island en Estados Unidos (1979) y, sobre todo, el de Chernóbil en Ucrania (1986). Sin duda el accidente nuclear de Chernóbil es el más grave de los tres acaecidos hasta el momento, pues alcanzó el nivel 7 de la escala INES. La ciudad de Chernóbil con 14.000 habitantes está situada a tan solo 14 km de la central, por lo que sufrió inmediatamente la nube radiactiva.

El diseño de los cuatro reactores con los que contaba la central de Chernóbil data de finales de la década de los 70, y no cumplían los requisitos mínimos de seguridad que en esas fechas ya se imponía a los reactores nucleares de uso civil. Por ejemplo, carecía de un edificio de contención y el núcleo del reactor no estaba dentro de una vasija de seguridad. Eso fue lo que provocó que con una sola explosión de hidrógeno, muy semejante a la de Fukushima, todo el material radiactivo quedara expuesto al exterior. (Nótese que Fukushima data también de aquella época, pero en su construcción si se cumplieron los requisitos mínimos de seguridad). Aparte de aparecer en ambos eventos explosiones de hidrógeno, los dos accidentes son por causas completamente diferentes. En el caso de Chernóbil los operarios de la central estaban “experimentando” para comprobar cuáles eran los límites de la central. En principio la intención era buena,  solo pretendían idear nuevos procedimientos de seguridad para la central. Lo que no fue correcto fue la absoluta negligencia con la que se "experimentó". Los operarios desconectaron los sistemas automáticos de detención del reactor, el sistema regulador de la potencia, el sistema refrigerante de emergencia del núcleo. Estas operaciones, junto con la decisión de desconectar el ordenador de la central que velaba por su seguridad, condujeron efectivamente hasta una situación límite, tal y como pretendían los operarios.

El resultado del desastre en cuanto a víctimas mortales es muy controvertido. Los análisis y contraanálisis se suceden con cifras totalmente diferentes. Parece que las muertes en las que no cabe duda alguna son 31, entre operarios de la central que sufrieron la explosión directamente y bomberos que apagaron los incendios subsiguientes. Todos los demás son datos estimativos sobre estadísticas poco concluyentes. El problema es que no había estadísticas adecuadas sobre los niveles de cáncer previos al accidente. Ni siquiera en países occidentales que se vieron afectados como Alemania o Inglaterra. Por ello, los que desean demonizar a la energía nuclear abogan porque todas las muertes de cáncer que se han producido desde entonces son debidas a Chernóbil, mientras que los estudios más conservadores apenas si hablan de victimas derivadas de la radiación, aunque si mencionan un considerable aumento de cáncer de tiroides en niños de Bielorrusia y Ucrania, donde han llegado a 4057 casos trascurridos 14 años. O un claro aumento de los niños nacidos con malformaciones en casos de mujeres embarazadas de las áreas circundantes. También se ha constatado al menos 500 personas que tuvieron que ser hospitalizadas por excesiva exposición a la radiación, o de más de 4000 que perecieron de forma poco clara. Por los distintos informes se deduce que entre 50.000 y 150.000 personas sufren problemas de salud deribados del accidente, pero ningún estudio estadístico se atreve a indicar un número de víctimas mortales debido a efectos radiactivos, ni siquiera se ha logrado detectar un aumento en el riesgo de contraer leucemia.

Si en el accidente nuclear más grave que ha padecido la humanidad el número de víctimas es "relativamente" reducido, ¿por qué tanto temor a las nucleares? La explicación hay que buscarla en el miedo a lo desconocido, a lo que ni se ve ni se huele, a la muerte silenciosa. Ese miedo parece superior a las cifras reales de victimas. Que la energía nuclear es relativamente segura nos lo dice las estadísticas. Solo tres accidentes graves en 35 años y el número de víctimas derivadas de ellos es tan moderado como para que las estadísticas no puedan ser concluyentes. Para poner el riesgo nuclear en perspectiva, solo tenemos que compararlo con otros grandes desastres industriales:
  • El fallo de la presa de Banqiao (Henan, China, 1975) causó la muerte directa de 26.000 personas debido a la inundación, y otras 145.000 sufrieron las hambrunas y epidemias subsiguientes.
  • El terrorífico desastre de Bhopal (India, 1984), en el que la BBC informó de la muerte por inhalación de gases tóxicos procedentes de una fábrica de fertilizantes de 3.000 personas y otras 15.000 murieron en los años siguientes por enfermedades derivadas de la intoxicación.
  •  También podemos comparar las cifras de las víctimas por siniestro con la cifra de muertes por accidentes de tráfico: unas 1.900 muertes en el año 2009, solo en el territorio Español o 33.000 en Estados Unidos.
  • O las cifras de muertes por cancer deribados del consumo de tabaco, 5.500.000 en el mundo en 2010.
¿Quiere esto decir que la energía nuclear no tiene peligro, que podemos dormir tranquilos con una central nuclear a 500 metros de nuestra casa? Pues no. Está claro que tras cada accidente nuclear hay un factor de seguridad que no se tuvo en cuenta. La central de Fukushima ha soportado cientos de terremotos muy fuertes en sus 34 años de vida, el último de ¡fuerza 9!, pero el primer Tsunami la ha dejado fuera de juego y en una situación peligrosísima. No es que la central de Fukushima careciera de un muro de contención contra tsunamis, el suyo era de 5 metros, sino que la ola que la destruyó tenía mucha más altura. Eso debería hacernos pensar que alargar la vida de centrales nucleares antiguas y con medidas de seguridad desfasadas, no parece la mejor solución para paliar la próxima crisis energética que se nos avecina o el problema del efecto invernadero.

Hay que forzar a los gobiernos a cerrar las centrales más antiguas, que ya han cumplido sus ciclos comerciales. Pero igualmente hay que abogar por la rápida implantación de nuevas centrales nucleares que son mucho más seguras, asi como el obligar a construirlas en localizaciones geográficas más adecuadas (a cientos de km de los núcleos de población). Hay que impedir que las centrales sean solo responsabilidad de las empresas que las gestionan. Los gobiernos tienen que tener planes de contingencia precisos y los medios para hacer frente a cualquier desastre en un tiempo record. Además se ha visto la necesidad de desarrollar nuevas tecnologías tales como robots específicos, camiones de bomberos teledirigidos, aviones sin piloto... que son los únicos que pueden acercarse sin peligro a un reactor desbocado. O incluso promover la venta de contadores Geiger con los que la población no necesita depender de las noticias para saber la radiación que hay a su alrededor. Más de uno se sorprendería al comprobar que estamos constantemente sometidos a radiación natural debido al uranio que hay en la Tierra o a la procedente del exterior.

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